Existen algunas creencias generalizadas que muchas veces no se ajustan a la realidad, sino más bien a ideas basadas en expectativas o experiencias bastante limitadas que se han propagado hasta convertirse en una creencia.
Tal es el caso de cómo percibimos a las personas dependiendo de su entorno, por ejemplo, una creencia bastante frecuente es que las personas de la ciudad son más frívolas, malhumoradas y muchas veces aprovechadas, mientras que las personas del campo o los entornos rurales las percibimos como más amigables, humildes y con un sentido de humanidad más grande.
Sin embargo, esto no siempre es verdad, y podríamos decir con certeza que depende mucho de cada comunidad el cómo sea su calidad humana, si son más cálidos y simpáticos o apáticos e interesados.
Al menos en Londres se han dado a la tarea de corroborar si esta idea es correcta, y han sido Elena Zwirner y Nichola Raihani, de la Universidad de Londres quienes han realizado un estudio para discernir si esta idea se trata de una realidad o de un simple prejuicio.
Los resultados fueron contundentes, descubriendo que las personas del campo no son tan solidarias, al menos al grado como muchos pensaban y aquí te diremos por qué.
Así se llevó a cabo el estudio que corroboró que las personas del campo no son tan solidarias como creías
Fueron un total de tres experimentos que se realizaron en varias comunidades urbanas y rurales del Reino Unido, y encontraron que la forma en la que algunas comunidades en cada contexto se relacionan entre sí en realidad no depende de su ubicación geográfica, sino de quienes están rodeados.
En dichos estudios, las investigadoras observaron las reacciones de las personas al pedirles ayuda directamente, se estima que 1,367 personas se percataron de la situación, pero solo fue el 47% quienes se acercaron a ayudarlas.
En otro estudio enviaron cartas con instrucciones de enviarlas a una dirección, donde el 55% de las personas accedieron a tomarse el tiempo en hacerlo. En otro ejercicio donde ubicaron objetos en sitios públicos y donde esperaban que las personas quienes hallaran esos objetos los devolvieran, solo el 32.7% lo hizo.
Otro ejercicio en la ciudad se trataba de un peatón con problemas para poder cruzar una calle bastante transitada sin semáforo, donde solo el 31% de los conductores dio el paso a la persona.
En cuanto a las personas de entornos rurales, la sorpresa se la llevaron las investigadoras cuando estos montos no diferían demasiado en personas que supuestamente serían más solidarias.
La solidaridad reina donde hay más recursos económicos
Fue sorprendente ver cómo cada contexto puede llevar a ser tan similar a pesar de que a simple vista es tan diferente, pero las personas parecen actuar de cierto modo basándose en otros factores, y en sus observaciones detectaron cual.
Se trata del valor económico de una comunidad el que reflejó sus diferencias significativas, así es, incluso en las zonas rurales donde todos puedan tener un estatus bastante bajo manejan su propia jerarquía.
Ya sean tierras, ganado o reputación, las personas del campo pueden ser más solidarias mientras más de estos bienes y riquezas tienen, en contra parte de los que carecen de ella parecían estar menos susceptibles a ayudar a otros.
Y es de esperarse y de comprenderse, pues si pudiésemos experimentar estos entornos rurales de pobreza extrema, son personas con grandes carencias incluso en sus necesidades más básicas y primordiales como satisfacer su hambre y sentirse seguros, en pocas palabras, personas viviendo toda su vida al límite con pocos recursos morales para ayudar.
El caso de Estados Unidos
Por otro lado, en Estados Unidos, los investigadores Mick Couper y Robert Groves de la Universidad de Michigan, también quisieron corroborar o desmentir esta situación, ¿ser una investigación del otro lado del mundo dará otros resultados?
En dicha investigación social también se midió su grado de cooperación con otras personas utilizando datos de varias encuestas nacionales del país norteamericano, donde menciona que las áreas urbanas tienen un grado de cooperación muy bajas, mientras que la delincuencia y la pobreza era la más alta.
Nuevamente pudieron corroborar que el ambiente rural y urbano no influye necesariamente en el sentido de colaboración de las personas, o incluso la edad de los miembros del hogar, su raza, pero a comparación de los resultados del Reino Unido, en el país norteamericano, la situación económica influye directamente como otros factores.
Se trata del factor familiar el que determina la respuesta hacia la cooperación en una comunidad, y es en los sectores de las grandes urbes donde hay más crímenes, el miedo y la desestabilidad económica, causan que muchas familias colapsen.
Generaciones de personas viviendo en barrios con pandillas muy violentas, tráfico de drogas, robos, asesinatos y otros crímenes, están muy poco dispuestas a colaborar si no hay un beneficio o una amenaza, son sectores que incluso están divididos en «pandillas» o familias, donde uno no se mete con el otro.
Estos comúnmente predominan en comunidades de procedencia afroamericana o latina, quienes al ser comunidades golpeadas por la indiferencia y la falta de apoyos por parte del gobierno estadounidense, sus barrios se han convertido en los más peligrosos de transitar y donde la solidaridad con otras comunas vecinas es riesgosa.
Pero no en todo Estados Unidos es así. La Universidad de Nueva York también realizó este tipo de estudio a cargo de los investigadores Margot Nadien, Marshall Levine y Jolio Viena, quienes hicieron pruebas y observaciones empíricas.
Fue así cuando cuatro designados, dos hombres y dos mujeres, se presentaron en hogares de personas extrañas de clase media en las viviendas de la Gran Manzana, así como otros pequeños pueblos urbanos en el condado de Rockland.
Los designados para el estudio debían preguntar a los residentes si podían entrar a sus hogares para usar su teléfono en una muestra de 160 casas familiares.
Los resultados indicaron que los pueblerinos de Rockland confiaron mucho más en los investigadores encubiertos y les permitieron entrar a sus hogares, al menos en mayor cantidad que los residentes de la gran urbe.
Además, también encontraron que a los investigadores varones les rechazaron mucho más que a las investigadoras, sin embargo, descartan que estos resultados en la gran ciudad fuesen actos de frialdad o indiferencia, y posiblemente se trate de actitudes ligadas a sus experiencias de vivir en una gran ciudad, haciendo sentir a los residentes temerosos de ser víctimas de un potencial acto delictivo.
El caso de China
En China también quisieron descubrir donde se encuentran las personas más solidarias, así que los investigadores Erhao Ge, Yuan Chen, Jiajia Wu y Rith Marce de la Universidad de Lanzhou, se dispusieron a saber incluso si las personas son más generosas por cuestiones éticas o por miedo ligado a sus creencias religiosas.
Como premisa preliminar, se basaron en el argumento de que las personas de las grandes ciudades son menos solidarios debido a que se conocen poco entre sí, mientras que en pueblos pequeños es más fácil que todo mundo se conozca, posiblemente estrechando lazos.
Pero encontrar una explicación bastante interesante, donde las instituciones son los que coordinan estas conductas de solidaridad entre sus participantes en las grandes ciudades, y una de las más poderosas es la institución religiosa quienes promueven los actos generosos, aunque generalmente fundamentándose en un castigo divino.
Sin embargo, en la misma institución religiosa, existen diversas comunidades que manejan a sus feligreses de diversas maneras, dando como resultado comunidades bastante inestables, especialmente cuando otras religiones también ocupan el mismo espacio.
De las 501 personas estudiadas de 17 comunidades, encontraron que la economía movía los actos de cooperación y generosidad, donde incluso en las comunidades más pequeñas, si tenían los recursos económicos suficientes, eran más propensos a ayudar al su institución religiosa.
Posiblemente esto relacionado a que la caridad y la limosna son prácticas religiosas muy valoradas en China, utilizándose como un medio para evitar el castigo divino.
Sin embargo, en una segunda investigación donde a estas personas se les permitió hacer donaciones anónimas a instituciones religiosas y no religiosas, se dieron cuenta que las personas se basaron en el factor de la reputación.
Esto coincidió con otros estudios que sugieren que las personas buscan un beneficio social y la reputación de poder donar les da esta seguridad y no tanto las cuestiones religiosas.
Sin duda, estos resultados alrededor del mundo nos han probado que esta creencia de que la gente del campo es más solidaria ocurre en más lugares de las que pensamos, y que esto puede no ser verdad necesariamente.
Situaciones completamente opuestas pueden suceder en un mismo país, pero la motivación de ser solidarios puede ser muy distinta en cada cultura.